Resulta curioso: mucha gente, algunos,
amigos, que han leído el libro de Conversaciones con Alfredo Rodriguez,
reprueban más o menos mis consideraciones sobre la maldad del Estado y mis
deseos de un Estado mínimo - es mi “mínimo” lo que les parece discutible -,
pero lo que les resulta indigerible son mis conjeturas sobre la Enseñanza, lo
de que los centros deben ser privados y libres de establecer sus programas.
Nunca comprendo por qué la gente está más interesada en mis opiniones sobre
estos temas - será porque todo ha terminado, como veía Mann, en una trituradora
política que nos devora hasta los poros - que por lo que hablamos de
Literatura, de pintura, de mujeres... de música, de lo verdaderamente
importante.
Creo que acaso ese interés vaya ligado a no darse cuenta de que
yo hablaba con ironía. Y que lo que me interesa, muy lejos de cualquier
ideología, es que dentro de un orden que permita vivir, exista el menor poder
posible en los gobiernos, sea el que sea. Me da igual cómo se etiqueten, porque
lo importante es hasta dónde limitan nuestras libertades, si garantizan o no la
Propiedad, pues sin su inviolabilidad no hay vida ni Libertad posibles, si
nuestra Conciencia está a salvo. Si yo hablaba allí de dos Presidentes (lo
mismo hubiera podido decir tres) es porque advierto menos posibilidades de
despotismo, más límites a las tentaciones de poder; y si reducía los
Ministerios es porque creo que cuanto menos dependa del gobierno, menos peligro
para nosotros; y de poner barreras a tal peligro, mi oposición a gastar ese
dinero que nos roban con los impuestos para sostener partidos políticos,
organizaciones de cualquier especie y cuanto vía subvención domestica la
libertad de la sociedad; y lo de la edad avanzada para los gobernantes es
porque creo más en la prudencia de los mayores que en la de los jóve-
nes.
Lo que es absolutamente necesario es que
los gobiernos no se basen en “Ideologías”, esa abyección que prejuzga, sin
otras formas de entendimiento que la Razón, preten-diendo mediante qué ingeniería social devastadora, modificar la vida de la
sociedad sin tener en cuenta la realidad de esa sociedad, su Memoria, lo que es
en su alma, y sobre todo olvidando la limpia inteligencia de qué puede,
verdaderamente, ayudar a las correcciones
que sean necesarias sin olvidar jamás qué es intocable.
Muchas veces pienso cómo la sucesión de
reinos y guerras y enfrentamientos muy dolorosos, no cambiaban a lo largo de la
Historia ese “espíritu” de los pueblos. Hasta el cáncer de las Ideologías,
hasta que fueron éstas y no pasiones mucho más humanas - el ansia de poder, el
odio, la codicia, incluso las hambrunas – las que abrieron las puertas del
Horror.
De todas formas, todas mis conjeturas,
todos mis “consejos”, no dejaban de ser, y yo lo advertía, política-ficción.
Porque nuestro desastroso mundo está tan establecido, los gobiernos tienen tan
narcotizada la sociedad en su tela de araña, que no veo forma de que mude
digamos “por las buenas”; y cuando nos inclinamos “por las malas” no dejamos de
caer en otra pretensión de ingeniería social. Por eso creo que lo único que
cabe hacer y desear - sin esperanza -es ir eligiendo aquellos gobernantes más
alejados de toda ideología partidista, los más cercanos a ser meros gestores
inteligentes, los más moderados, y... ¿cómo diría?: Un empresario como el
creador de Zara no me parece mal Presidente. Gobernantes por poco tiempo en el
poder y que vayan asegurando lo que antes soñaba: Libertades y Propiedad
garantizadas, Gobierno de las Leyes y no de los hombres.
Todo
esto, naturalmente, poco tiene que ver con el Arte, con la Literatura, etc, que
caminan muy bien a su aire, como el talento de sus creadores lo permita. Lo
único fundamental para que se desarrollen en estos tiempos “democráticos”
-quiero decir, cuando ya no hay Pericles ni ninguno de aquellos excelentes
mecenas o Reyes y Papas magníficos- es
la eliminación del Ministerio de Cultura y toda injerencia del Estado.
Pero sobre la Enseñanza sí me duele que en
lo que se ha convertido -su dependencia
y utilización por los gobiernos para moldear con sus falsificaciones el
pensamiento y someter nuestra libertad y nuestra conciencia- esté ya tan hecho
carne “nuestra” que resulta inconcebible imaginar lo que yo decía en las
Conversaciones: Hay que alejarla, apartarla de todo contacto con el Poder.
Porque ya no se trata de discutir nuestras formas de convivencia, reflexionar
sobre la crueldad o la tolerancia, sobre qué es bueno para prosperar o qué nos
hace retroceder a la miseria... Se trata de lo que pese a todo y sobre todo,
han sido capaces los seres humanos de levantar por encima de la indigencia de
su condición: la Civilización. Y en sus cimientos está la Educación -que
prefiero a Enseñanza-. Y ahí no tengo, creo, sólo conjeturas, sino algunas certidumbres.
Sé muy bien que no veré una hora donde crezcan orgullosas, pero como mi maestro Montaigne decía c’est ne pas un leger plaisir de se sentir preservé
de la contagion d’une siècle si gasté.
Por qué considero que toda la Enseñanza
debe establecerse en centros privados podría
resumirlo en: Porque su único espacio posible es la Libertad, el
intercambio de ideas, de formas de ver el mundo, de reflexionar sobre su
Historia. Y creo que esa Libertad y esa universalidad están más protegidos en
centros privados y con programas de estudio libremente establecidos por cada
centro que en las manos inevitablemente sectarias y viles de cualquier poder
“moderno”. Ninguno es ya precisamente Federico II Hohenstaufen. La Educación es asunto que corresponde a la sociedad.
Y pienso que en su mejor servicio -y en el de esa Civilización que nos ampara-
debe transmitirse en centros libres, con libre contratación de maestros
exponiendo cada uno con libertad sus conocimientos, maestros de esta o aquella
nación (pues no hay otra que la excelencia de su saber), y con programas de
estudio decididos por cada centro. Será la sociedad la que rechace o acuda a
esos centros si ve que no es bueno lo que se
enseña. Ese sería otro filtro: sólo lo excelente prevalecería.
Sobre la forma de pagar esa Enseñanza, ya
me ocupé largamente en el libro de Conversaciones, y no voy a repetirme.
Insisto en que todo esto que desearía, es
quimérico. Pero se diferencia de la utopía en que así ha sido durante
muchísimos siglos, y con notable provecho.
Y bueno... ya que parece que esta noche
tengo ganas de escribir, ¿por qué no añadir algunas consideraciones que me
parecen interesantes?
Por ejemplo: sobre los niños. Ahí
coincido con Vico: creo que es un error tratar de ocupar su interés con ciertos
conocimientos, por ejemplo los científicos. Eso vendrá después, en su momento
propicio. Pienso para ellos - su edad es una esponja para todo lo que
conformará su ser- en una Enseñanza que adore la Memoria, lo que de verdad
somos, qué es el Bien y qué el Mal, lo que hemos sido capaces de crear (Arte,
Religiones, la Tolerancia), nuestra Historia contada como un cuento, mitos,
leyendas... todo lo que irá empapando esa esponja, dejando en ellos una
formación Humanista. Recuerdo que Vico decía que lo único aceptable en esas
edades y referido al conocimiento científico era la Geometría, precisamente por
esa capacidad imaginativa de los niños para “crearse” en un mundo de imágenes.
¡Y qué edad para leer!
Y también creo que no debe dejarse en el
olvido el juego, el atletismo, pero en esto soy muy “griego”. Soy de los que
disfrutan con la regata de Oxford y Cambridge.
Lo fundamental es que avancen desde la
niñez sin haber sido manipulados por ningún fanatismo. Sólo habiendo “visto”,
hecho suyo el mundo y la vida sensorialmente, sabiendo qué es Bueno y qué es
Perverso. Ya en la adolescencia irán ampliándose los conocimientos, e incluso -
en la Universidad- especializándose. Pero sin perder nunca de vista cual es la
meta: ser el mejor ser humano posible. Y por eso decía yo en las Conversaciones que algo muy
importante -y eso es lo que más reprimendas ha cosechado- es que los últimos
grados, aunque ya desde el final de la adolescencia, sean sumamente exigentes,
hasta implacables, en la sanción de los conocimientos adquiridos y la capacidad
intelectual del alumnado; que sólo vayan “ascendiendo” los verdadera-mente
capaces. Los demás pueden ir incorporándose a oficios o destinos acordes con su
competencia.
De todas formas, repito, no me hagan
mucho caso. Y además ya estoy empezando a sentir el sueño. Un whisky, el último
cigarro, y a la cama con un buen libro. Me despido con una pagina de mi querido
Montesquieu, que no viene mal aquí:
“Cuando ya no hubo tribunos que escuchar
ni magistrados que elegir, lo fútil se hizo
indispensable y la ociosidad incrementó el gusto por esa nadería.
Calígula, Nerón, Cómodo, Caracalla, fueron amados por el pueblo a causa de su
misma locura, pues estimaban con furor lo mismo que el pueblo deseaba;
contribuían con todo su poder y hasta con sus perversiones a los placeres del
pueblo y prodigaban para él las riquezas del Imperio, y cuando estas se
agotaban, con qué alegría asistía el pueblo al despojo de las grandes familias
gozando de los frutos de la tiranía, ENCONTRANDO SU SEGURI-
DAD
EN SU PROPIA BAJEZA”.
(La
última frase la escribo con mayúsculas porque convendría meditar mucho en su
sentido)